28 de agosto de 2013

Romeo x Julietto (il-Divo, Por ti seré)






Capítulo 4: Zafira y Torelio...Recuerdos maternales


Al cabo de unos segundos de gran silencio y confusión, los soldados que agarraban la boca de Julietto, abandonaron a éste para recurrir a sus espadas e ir contra el agresor y unirse con su otro camarada, que antes había llevado al príncipe a su caballo y ahora se enfrentaba contra él. En un instante se vio rodeado por tres soldados, dispuestos a vengar a su capitán aunque eso significara matar a su futuro rey.

- Deteneos – ordenó el rey imponiendo su voz en aquel lugar.

- Pero señor, ha matado a nuestro capitán – alternando con los ojos a su rey y sin perder de vista al asesino de su superior.

- Lo sé – pero es mi hijo y vuestro futuro rey, si es que madura algún día – echando una mirada de furia a su hijo, la cual su hijo prefirió no enfrentar al ver como estaban las cosas, sabiendo que todo lo que hiciera se lo haría pagar a Julietto de alguna manera – le diremos a la familia del capitán, que a muerto con honor por defenderme, al fin y al cabo para eso estáis los soldados, para proteger al rey – mirando con autoridad al soldado, el cual perdió toda valentía contra esa mirada, sabiendo que el destino de su vida dependía de las palabras de aquel hombre.

- Como...o...ordene mi rey – volviendo a enfundar su espada, y ordenando al resto de sus compañeros lo mismo con un movimiento de cabeza.

- Ahora, haced el favor de llevaros a ese muerto de hambre a los calabozos – ordenó, mientras daba la vuelta a su caballo de regreso al castillo, - no le hagáis daño, al parecer mi hijo está muy apegado con el muchacho – riendo con burla, invitando con una mirada de reojo a sus soldados que lo acompañaran con sus risas, lo cual en Romeo provocó una gran rabia de matar a golpes a todos ellos, pero la nostalgia de ver como se había convertido su vida y como era antes, le hacía sentir miserable, sentía como si algo punzante e invisible atravesase su alma, provocando que no pudiera contener las lágrimas, por todo lo que había sucedido, lo que pasaba y lo que iba a pasar, aunque siempre todo acabará de la misma forma, así como quería su padre sin importar la opinión de él.

En el instante en que el jinete que llevaba maniatado a Julio en el caballo, pasó por el lado de Romeo, el rubio aprovechó la ocasión para acercarse lo más posible a su oído.

- ¿Hemos encontrado el amor verdadero, no crees? - esas palabras en vez de ayudar, aún lo dejaron en shock mientras se quedaba mirando a esa persona que le había acabado de confesar su amor o así lo creía él, mientras el rubio le mostraba una de sus mejores sonrisas a pesar de su situación, dejando al que había sido su invitado minutos atrás en la casa, mientras él se acercaba a su próximo hogar, el calabozo.

- Se me olvidaba – dijo de repente el rey, parando todo el desfile de detrás de él – quemad la casa y el huerto – ordenó, sin siquiera girar la vista atrás y prosiguiendo con la marcha hacía el castillo, en ese mismo instante uno de los soldados que iba a caballo, observó el ligero humo que salía del lado de la casa y fue a mirar, regresando inmediatamente y parando al lado de su fallecido capitán.

Romeo por mucho que quisiera gritar a los cuatro vientos para desahogar la rabia que tenía hacía su padre y el dolor de ver como gente inocente como Julietto, sufría por culpa de él al haber sido desobediente en sus obligaciones, por sus estúpidos sueños y su lealtad hacía el amor. De repente recordó que su madre era quien lo había educado así y siempre había creído ciegamente en las palabras de su madre, ¿estaba equivocada su madre?; ¿en verdad, el amor era una tontería, que simplemente hacía las cosas más difíciles?.

Mientras el heredero del reino estaba en sus pensamientos, el soldado había bajado del caballo y arrastrado el cuerpo de su superior dentro de la casa, se había ido en la pequeña hoguera que había encendido Julio por la mañana, cogió uno de los troncos que estaban ardiendo y antes de arrojarlo, observó aquella cara con la mirada perdida del príncipe. Aunque ese rostro inundado en lágrimas toco la fibra sensible del soldado, el temor hacía el padre del joven era mayor, y sin ningún aviso incendió la casa, en pocos segundos toda ella ardía.

El calor que la casa producía hizo que Romeo saliera de sus pensamientos, solo había visitado la casa una sola vez y ésta ya estaba reduciéndose a cenizas, se sentía como si fuera el portador de la destrucción de aquellos a quienes quería. No podía seguir contemplando ese montón de troncos ardiendo que antes habían formado un hogar, las preguntas y dudas que le llegaban en la cabeza eran demasiadas, necesitaba tranquilidad y pensar con calma, por suerte él tenía ese sitio, cogió su caballo y con las lágrimas aún brotando de sus mejillas hecho un último vistazo a la casa y se fue cabalgando.

Al llegar pudo contemplar que el lago seguía igual de hermoso que la primera vez que lo visitó con su madre, se bajó del caballo dejándolo en libertad para que pudiera beber y pasear a sus anchas y se fue a la orilla a sentarse.

- (¿Hemos encontrado el amor verdadero, no crees?), - esa pregunta no dejaba de repetirse en la cabeza de Romeo – Julietto, ¿en verdad lo que estoy sintiendo es amor?; ¿cómo puedo saberlo? - aquellos pensamientos en voz alta eran cada vez más confusos, hasta que un recuerdo sin previo aviso, se apoderó de su mente.

- Madre, ¿me quieres? - le dijo el niño, sentado a su lado y completamente mojado después de haber tenido una gran diversión dentro del lago.

- Claro, ¿a qué viene esa pregunta Romeo? - le dijo, con una sonrisa y extrañada por lo que le podía estar rondando en la cabeza.

- Es que, todos los que se quieren como mi primo y su hermana se han casado – le dijo nervioso a su madre – y...yo no quiero casarme contigo – sonrojándose a las risas de su madre.

- Tranquilo, no creo que suceda algo así – acariciando el pelo de su hijo – tus primos tienen 22 años los dos, aunque es verdad que algunos amores son un poco especiales – sonriendo al ver el rostro de su hijo, intentando meditar todas aquellas palabras, - aunque entre los nobles como nosotros esto suele pasar, tu papa es mi primo.

- Lo sé, pero yo no quiero casarme con una prima, todas son muy feas y algunas me pegan – le dijo, preocupado – además sería raro.

- Y me alegro de que quieras eso – le dijo sonriente – escúchame, quiero que me prometas una cosa – le dijo, cogiéndole por las axilas y sentándolo encima de sus piernas.

- ¿El qué? - le dijo con curiosidad.

- No tienes que preocuparte de estos temas a tu edad, pero quiero que me prometas que el día que te cases sea por amor y no por obligación, lucha por las cosas que ames sin importar el tiempo que necesites para tenerlas y conservarlas – acariciando el rostro de su hijo con cariño, - ¿me lo prometes?

- Esta bien mamá – le dijo aún sin acabar de entender del todo a su madre.

- Y Romeo, sobre lo que has dicho que es raro lo de tus primos, bueno ellos tienen la suerte de que se quieren de verdad, no importa con quién estés en un futuro, con o sin lazos de sangre, con sólo de que sintáis lo mismo, es suficiente.

- Pero, ¿crees que yo voy a enamorarme?; ¿cómo sabré que lo que siento es amor?, a ti te quiero mucho, pero no quiero casarme – mientras Romeo le formulaba las preguntas, ella sonreía aunque hizo un suspiro al ver que esa conversación no tenía fin.

- Romeo, ya te he dicho que eres muy pequeño para preocuparte de estas cosas, ya lo entenderás cuando seas mayor, pero sí, creo que te vas a enamorar o eso espero – pensando en lo gracioso que era con sus preguntas, por culpa de la inocencia de su edad – digamos que no se sabe cuándo uno va a sentir ese amor, puede ser dentro de un día, al cabo de un año o dentro de cincuenta, pero llega el día en que hay una persona que resulta ser muy importante en tu vida, que sin ella sientes como si te faltara algo para estar completo y que lo darías todo por esa persona, eso es amor Romeo, pero no confundas lo que es el amor maternal que tiene una madre con su hijo, es amor también, pero diferente – al ver que su hijo ponía cara de no haber entendido del todo sus palabras, empezó a reír – ya lo entenderás cuando seas mayor – besando la frente de su hijo con suavidad.

- Seguro que tendré la mejor de las chicas – sonriendo a su madre, con sus rojizas mejillas que lo hacían más tierno de lo que ya era a su edad.

- Seguro que así será – riendo y haciéndole cosquillas por las costillas y el estómago con las manos, de pronto la imagen de su marido le vino a la mente, cambiando en el mismo momento su rostro a tristeza, recordando por lo que tenía que haber pasado al casarse por obligación, no quería que su hijo pasara por lo mismo, lo único bueno que había en su vida en esos momentos – cásate por amor Romeo – le susurró.

Al ver a su madre triste tan repentinamente, se levantó de sus piernas y la abrazó desde la espalda, juntando sus brazos alrededor de su cuello.

- Te quiero mamá – le dijo al lado del oído, sonriendo a ese acto de cariño por parte de su hijo.

- Y yo a ti Romeo – respondiendo al abrazo de su hijo, agarrando las manos de delante suya – siempre estaré ahí.

Esos pensamientos habían hecho que se sintiera aún más miserable, había dejado que se llevarán a Julietto, que sin duda era importante para él porque sino qué explicación había por esas lágrimas que derramaba y esa culpa que le hacía sufrir tan profundamente por dentro. Sus ojos no perdieron de vista ni un momento aquellas dos mariposas que revoloteaban entre ellas, como si estuvieran danzando encima del lago.

- Madre, parece ser que el amor de mi vida no ha sido como esperaba de pequeño – sonriendo al recordar sus palabras << Seguro que tendré la mejor de las chicas>>, al secarse las lágrimas que le nublaban la vista en alguna ocasión, pudo sentir que esos recuerdos le habían despertado ese tan deseado cariño maternal que no recibía desde hacía tantos años y que le mantenían tan seguro las palabras de bienestar de su madre, - parece ser, que no ha sido ninguna chica y mucho menos alguien de familia adinerada, ni noble pero... - agachó la cabeza encima de sus rodillas para intentar no volver a llorar, - pero...lo amo, lo amo madre, lo amo...con él me siento seguro y querido, me siento importante para alguien, es bueno con los niños y...y es muy amable, no importa que sea pobre, me gusta así como es, ¿qué debo hacer madre?, si me enfrento a padre, Julietto podría pagar las consecuencias.

Los minutos iban pasando, mientras seguía sentado en la orilla del rio confuso y temblando con sólo pensar que era lo que le podían estar haciendo a Julietto en esos momentos. De pronto, el cantar de un pájaro le llamó la atención, el ave lo miraba fijamente mientras seguía con sus cantos, como si intentara decirle o explicarle algo, hasta que alzo el vuelo y se hundió en medio del lago, Romeo se levantó preocupado al ver que no había rastro de ese hermoso pajarillo, para su sosiego inmediatamente salió de las profundidades, batiendo las alas para deshacerse del agua de sus plumas, empezó a volar hacia él y en el momento en que pasó por encima de su cabeza dejó soltar una piedra de su pico, que agarró Romeo con ambas manos, volviendo el ave a su sitio.

El chico se quedó mirando la piedra pequeña, azul y cristalina como la que tenía en su colgante y que regaló a aquella simpática niña llamada Giselle.

- Ya veo – mirando con una sonrisa al pájaro, al hacerle recordar una historia que le contó su madre en ese mismo lago una vez, el mismo día en que encontró una piedra parecida a la que tenía con las manos y con la que se hizo un colgante – el corazón de Zafira y el mortal Torelio.

- Madre mira lo que he encontrado – enseñándole una piedra azul entre las manos – estaba en el fondo del lago.

- Que bonita – le dijo con una sonrisa – es un pedazo del corazón de Zafira – cogiendo aquella celeste y reluciente piedra.

- ¿Corazón de Zafira? - preguntó extrañado al no entender a qué se refería - ¿Quién es Zafira?

- Ven Romeo – extendiéndole los brazos para sentarlo encima de sus piernas – hace mucho tiempo, en este lago vivía una diosa llamada Zafira, se dice que era la encargada de proteger este bosque y su lago de aquellos que le querían mal, también se dice que ella vivía dentro del lago y le daba poderes curativos al agua para aquellos que lo merecían, ella como todos tenía padre, se llamaba Nixus, se dice que es el dios de las gélidas nieves y tenía a su hija bajo una gran protección y no permitía que otros dioses se acercaran a su tan querida hija.

- El nombre de su padre parece de hombre malo – le dijo preocupado por Zafira, su madre simplemente se limitó a sonreír y continuó con el relato.

- Un día, un chico entró en el bosque y Zafira se percató de ello, lo estuvo vigilando durante todos los días que se adentraba entre sus árboles, Zafira observó como el chico siempre traía migajas de pan para dar de comer a las aves, siempre estaba feliz, mostrando una sonrisa que sin darse cuenta fue el motivo de su gran amor que crecía hacia ese joven, al no poder reprimir más la curiosidad por conocer a aquel joven se le apareció delante de él, según dice la leyenda, su cuerpo estaba hecho de agua que recorría su cuerpo como si fuera una cascada y sus ojos eran igual de celestes que el mar, Torelio, así se llamaba el chico se sorprendió al saber la identidad de la mujer, los días fueron pasando hasta que un día sucedió lo que ambos se habían esperado, se habían enamorado el uno del otro, pero aunque ella podía adoptar su cuerpo a una forma carnal para poder tocarlo y besarlo, había un problema que entristecía a Zafira, era inmortal, aunque Torelio le dijo muchas veces que aunque su cuerpo fuera mortal, su amor entre ellos no lo era y que viviría para siempre, Zafira no quería volver a quedar sola hasta el fin de los días sin su querido Torelio.

- ¿Y el padre de Zafira, qué hizo? - le dijo el pequeño al pensar que si el padre de Zafira era tan celoso, que había pasado con él.

- Nixus, el dios de las nieves no sabía nada acerca de la relación de su hija con el mortal Torelio, ya que todo lo llevaban en absoluto secreto al ser conscientes ambos de la ira del padre de Zafira, pero su inmortalidad pesaba cada vez más en su consciencia y cometió su primer error, fue al inframundo donde le contó al dios Morsda dueño de ese lúgubre lugar su situación, él que era un dios avaricioso le dijo que a cambio quería sus poderes, ella aceptó pero sólo el día en que ella muriera, a cambio el dios de la muerte le hizo una poción que la convertiría en mortal y le dijo que no diría nada a su padre. Por desgracia, el dios de la muerte no tenía planeado esperar tanto para recibir los nuevos poderes, que se le habían prometido a cambio de la poción y fue a contárselo al cabo de un tiempo al dios Nixus. Al enterarse y saber que no podía deshacer los contratos con los otros dioses que había hecho su hija, juró que mataría al que había convertido en mortal y tocado a su preciosa hija.

- Que canalla es el dios de la muerte Morsda – le dijo, con tono rabioso al pronunciar su nombre.

- Lo que viene a decir la leyenda es que por amor se hacen sacrificios y que así como hay grandes y buenos sentimientos, también existen de muy oscuros – observando como su hijo mostraba una gran atención como siempre en sus historias, - como decía, un día Nixus los sorprendió a ambos besándose al lado de lago, al ver a su hija humana y frágil como la veía si dar tiempo a que su hija se explicara, al estar Torelio delante de Zafira, éste recibió el hechizo del enfurecido dios, convirtiéndolo en un árbol como castigo de haber entrado en el bosque y deshonrar a su hija, ella al aún conservar sus poderes fue a por el agua del rio capaz de deshacer aquel encantamiento, pero su padre en el intento de detenerla, empezaron a discutir lo que provocó que invadido por la cólera, congelara a su hija, haciéndola pedazos de hielo que se hundieron en el lago, por mucho que intentó deshacer lo que había provocado no pudo y nunca más se supo de él, mientras que Morsda obtuvo los poderes que ansiaba, pero el amor hacia Torelio hicieron que nunca pudiese utilizar aquella agua con tantos poderes curativos, al ser expulsado de este bosque cada vez que lo intentaba por su oscuro espíritu y sus diabólicas intenciones.

- Vaya que triste historia, pero ¿por qué lo has llamado corazón de Zafira? - le preguntó al recibir de nuevo la piedra de parte de su madre.

- Bueno, se dice que cuando fue congelada, los únicos trozos de hielo de ella que no se fundieron en el agua, fue su corazón que se congeló por toda la eternidad, conservando el amor de Torelio y Zafira, la leyenda cuenta que el que lleve uno de esos trozos de su corazón, será conducido a su amor verdadero.

- Entonces me haré un colgante con este trozo de piedra o hielo – dijo mirando detenidamente el objeto encontrado, al ver que era transparente como el hielo, pero azul y mucho más duro que una piedra.

- Me parece una estupenda idea, Romeo – mirando con una sonrisa a su hijo.



Continuara...

12 de agosto de 2013

Romeo x Julietto (il-Divo, Por ti seré)



Capítulo 3: Castigo

Al día siguiente Romeo al despertar no vio ningún indicio de que el rubio estuviera en la casa, ¿es que acaso había dormido fuera?; ¿le había pasado algo?, esos pensamientos hicieron que se levantara rápidamente de la cama con el corazón acelerado, de pronto la puerta se abrió por sorpresa del príncipe, dejando paso a ese chico rubio que tanto había echado en falta, apenas unos segundos antes.

- Buenos días – le dijo al recién despertado con una sonrisa y dejando unos platos con dos rebanadas de pan en cada uno, junto con unos vasos de madera llenos de agua – ya está listo el desayuno, ya sé que debes estar acostumbrado a algo con más nutrientes – acabando la frase con una risa, al ver la cara de sueño de su huésped.

- Para mí es perfecto, gracias Julietto – sentándose delante de él en la mesa.

- ¿Cómo están tus heridas? - haciéndole una mirada hacia el estómago.

- Ah... - tocándose inconscientemente el vientre – ya apenas me duele.

- ¿Por cierto, te pasa algo? - le pregunto Julietto sorprendiéndole con la pregunta – lo digo porque no he podido evitar mirar la cara de preocupación que tenías cuando he entrado.

- Bu...Bueno, no era nada, simplemente no sabía dónde estabas – sonrojándose por su respuesta, al imaginar que Julietto se lo tomara como algo emocional que aunque lo negara en redondo dentro de su cabeza, en el fondo sabía que algo había cambiado entre ellos dos, al menos de su parte – ¿pudiste dormir esta noche? - intentando disimular aquella sensación de culpa, por haber robado la cama a Julietto aquella noche.

- Tranquilo, si eso es lo que te preocupaba, si pude dormir – le dijo con una sonrisa amable, y una gran ternura en su interior, al ver tal afecto de parte de Romeo – y si lo que te preguntas es dónde, lo hice en la mesa...dormí bien – se apresuró a añadir, al ver que el otro empezaba a sentirse incómodo con la respuesta del lugar – ¿por qué lo preguntas?; ¿estabas preocupado por mí?

- No...no es eso...sólo es que... - su voz estaba temblando por la inquietud que se había apoderado de su mente en un instante.

- Tranquilo, olvídalo – sonriendo al ver que había dado en el clavo con las preguntas – aún así, gracias...ahora come o el pan se va endurecer si se enfría, buen provecho – acabando esa conversación, que sin haber oído respuesta ninguna del invitado, había obtenido todas las respuestas que esperaba saber sobre él.

- Al cabo de una media hora, tanto el campesino como Romeo habían acabado de desayunar, cuando escucharon unos galopes que cada vez se acercaban más, confirmando sin haber salido de la casa que se trataba de unos jinetes, por el sonido de sus armaduras y las de los caballos.

El corazón de Romeo dio un vuelco drástico a sus palpitaciones, al escuchar aquellos terribles sonidos que le eran tan familiares desde pequeño. Sus ojos se abrieron como platos y antes de que cayera en lo que hubiera sido un gran abatimiento emocional, se encontró con una confortable mirada de Julietto, y pidiéndole silencio con un dedo en los labios.

- ¡Guardia Real!, ¡ Abrid la puerta! - se escuchó, después de tres grandes golpes en la puerta de madera.

- (¡La Guardia Real!...¡Mi padre!) - pensó con temor, intentando poder ver a través de aquella puerta, para contemplar que es lo que le esperaba, y quien estaba allí - (¡si mi padre me ve aquí, Julietto corre un gran peligro!).

- ¡Abrid la puerta! - ordenó una voz del exterior con más seriedad cada vez - ¡ Abrid la puerta en nombre del rey o la derribaremos !

- (¡¿Qué puedo hacer?!) - su mente trabajaba enloquecidamente, intentando encontrar una solución a lo que sabía que sería un gran problema, a la vez que sus orejas no perdían palabra del hombre de tras la puerta, provocando que su cuerpo empezara a temblar del miedo y a la vez sorprendiendo al campesino por esa reacción.

- (¿A tanto llega el miedo que le tiene a su padre?), sosiégate Romeo, todo saldrá bien – agarrando la mano del chico, desencadenado una mirada de alarma de éste – no salgas de aquí, voy hablar con ellos.

- ¡Pero mi padre...!

- No te preocupes – interrumpiéndole -yo lo arreglaré – intentando infundirle calma al atemorizado príncipe - ¡ya salgo! - echando una mirada breve a la puerta, para poder despedirse de Romeo con una sonrisa antes de salir, haciendo desaparecer todo pensamiento dañino y malestar de éste en el cuerpo.

El noble quedó sentado donde estaba, mientras observaba como su amigo se dirigía a la puerta, al salir, el soldado retrocedió y el rubio cerró la puerta sin dar la espalda al individuo.

- ¿Qué es lo que queréis? - interrogando al hombre de armadura, con preguntas que él ya se imaginaba la respuesta pero, con el fin de hacer perder el mayor tiempo posible al sujeto.

Sus ojos no pudieron evitar mirar detrás de los hombros de aquel hombre, que se encontraba delante de él. Otros tres jinetes estaban esperando en la retaguardia con sus caballos, entre los cuales el rubio pudo reconocer al capitán de la otra noche con la mirada fija en él, llena de desprecio.

- El príncipe Romeo tiene que salir de esta casa – le dijo cortante y autoritario.

- ¿Y por qué tendría que hacer tal cosa? - intentando comprender el motivo de que todas esas personas se hubieran presentado de ese modo en su casa, y que riesgos había en obedecer tal sugerencia.

- Porqué es mi hijo, – contestó otra voz, y haciendo aparición tras los tres jinetes que se habían separado haciendo un hueco a otro caballo, que a simple vista se podía observar que era superior al resto, ya que el corcel vestía ropas muy elegantes con el emblema del reino en su pechera y una reluciente testera de hierro blanco - alguien de su posición no puede estar en una pocilga como esta – parando al lado de Julietto, echándole una mirada de repugnancia a él y a su casa.

Esas palabras fueron escuchadas por Romeo, que se había levantado de la mesa en el mismo instante en que la puerta se había cerrado. En su interior sentía un gran odio por las palabras de su padre hacia el bueno de Julietto, pero mayor era el temor de que algo le pudiera ocurrir por enfrentarse a su padre. No quería que ese humilde aldeano sufriera ningún daño por su culpa, ya que todo lo que estaba pasando mientras él estaba escondido, era por las consecuencias de su elección en no querer casarse, y al haber permitido que éste lo defendiera al ser incapaz de defenderse por si solo, lo había introducido en el problema.

- Buenos días, señor – mirando al rey con tranquilidad y haciendo una reverencia como súbdito que era – ¿me permite hacerle una pregunta? - al percibir que no tenía la más mínima intención de interrumpir la conversación que había empezado, y simplemente se limitaba a contemplarlo, decidió continuar – ¿si le importa tanto donde esté su hijo, cómo se atrevió a ordenar a sus propios hombres que le dieran una paliza?; ¿qué clase de amor de padre es ese? - le dijo con tono serio y confiado, ya que en su interior no residía ningún temor, pues su padre siempre le había enseñado a defender lo que él creyera que era justo, y a criticar e intentar cambiar lo que fuera injusto.

- Esto no es asunto tuyo, como padre simplemente le di una lección – perdiendo la paciencia, ya que lo que más odiaba era tener que excusarse al hacer algo, cuando el rey era él - ¡Romeo!, deja de escudarte detrás de este muerto de hambre – mirando con seriedad a la puerta de la casa.

- Su hijo, ahora mismo está descansando - le dijo, consciente de que estaba poniendo a prueba la serenidad del rey, con un asunto que ni siquiera le incumbía, aunque algo le empujaba a intentar retener al príncipe al lado suyo lo mayormente posible, por no decir la necesidad de proteger a ese chico de las fauces de su padre.

- ¡Cállate! - le ordeno el rey con severidad y pateando al joven en el pecho desde su caballo – no te metas en asuntos nobles, plebeyo – desenvainando la espada en su dirección – si dices una palabra más, haré que te ahorquen.
- Está bien, ya basta padre – saliendo de repente de la casa con el corazón acelerado, incapaz de seguir escuchando ni un minuto más aquella conversación sin estar presente, no por él sino por Julietto – no le haga nada padre, sólo intentaba ayudarme.

- Ya hablaremos, tú y yo – mirando con seriedad a su hijo – llevároslo al castillo – ordenó al soldado, con tono autoritario y frío, mientras se irritaba por dentro al ver a su hijo, un príncipe, ayudando a un muerto de hambre a levantarse del suelo, sin duda él no le había enseñado esas cosas.

- Acompáñeme, príncipe - haciéndole un gesto de cabeza para dicha acción – hemos traído su caballo – dándole las riendas de un precioso y magnífico ejemplar de caballo pura sangre de color negro.

En el momento en que el rey vio a su hijo encima del caballo, dio la espalda al rubio con un brusco giro del corcel sometido a las riendas de su amo, provocando que el rubio fuera empujado por el trasero del animal, cayendo por segunda vez al suelo, y dirigiendo finalmente una mirada de aborrecimiento tanto a la casa como a su dueño.

- Apresad a ese campesino – ordenó frío y sin contemplación a los jinetes.

Romeo, quedo paralizado en el instante en que sus oídos captaron aquellas terribles palabras de su padre, su corazón se detuvo unos instantes al ver como el capitán, que en esos momentos pasaba por su lado, le dedicaba una sonrisa perversa, para dar a entender los tratos que recibiría ese chico de él. De pronto se dio cuenta de esos sentimientos que se despertaban en su interior, el temor a que iba a perder algo muy querido, sin saber exactamente el motivo del origen del porque iba a ser así, sino hacía algo.

- ¡Padre! - acercándose veloz al rey con el caballo, mirándose ambos a los ojos y en silencio unos segundos - ¡¿por qué lo hace?! - le preguntó, aunque no hubo ni las más mínima palabra de su parte, mientras tanto, observaba angustiado como los soldados bajaban de sus caballos, y aunque el rubio no opusiera resistencia, los soldados aprovechaban que eran más numerosos y tenían de su lado al mismísimo rey para golpear de todos lados al campesino y así poder demostrar su superioridad.

- Ahora no eres tan valiente, ¿a qué no? - ordenó a los soldados que se apartasen con un gesto de brazos, mientras Julietto miraba encorvado el suelo por el dolor de los golpes – odio a los muertos de hambre y bocazas como tú – agarrando por los hombros a Julietto para ponerlo derecho y asestarle un rodillazo en sus partes, haciéndole soltar un quejido de dolor, y dejándolo caer al suelo de rodillas con la cabeza tocando el suelo.

- ¡Dejadlo en paz, él no ha hecho nada! - les dijo enfadado, aunque sus palabras fueron tomadas con diversión al ver las lágrimas que derramaban sus ojos, siguiendo con las ataduras del prisionero.

El rey se quedó mirando seriamente a su hijo, haciendo crecer en su interior una gran rabia y decepción al ver tal afecto en su hijo por aquel saco de huesos apestoso.

- Padre...por favor, ¡él no ha hecho nada! - empezando a gritar de desesperación al ver que si esta situación seguía así, el futuro de Julietto estaría dentro de uno de los calabozos del castillo y aquellos niños tan simpáticos de la otra noche se quedarían sin su querido hermano mayor – padre, no puedes...

- ¡Cállate! - dándole un guantazo en la cara, provocando que perdiera el equilibrio y a punto de caer del caballo, en cuando se recompuso la ira empezó a apoderarse de él al quedar claro lo ruin y cruel que era su padre - ¡yo soy el rey y voy a hacer lo que quiera y lo que considere correcto, además todo esto ha sucedido por tu encaprichamiento del amor, si hubieras aceptado el matrimonio con la princesa de Francia, nada de esto hubiera pasado! - echándole una mirada fulminante a la que Romeo correspondió con una mirada de aflicción hacia Julio, empezando a invadirle un sentimiento de culpa.

- Pero padre, yo no deseo casarme con alguien a quien no conozco ni siento nada, no quiero tener que sacrificar mi corazón y mi amor, además estas cosas no las puede elegir uno, suceden cuando menos te lo esperas – echando una mirada inconsciente hacia el plebeyo amarrado, mientras su padre lo miraba – el amor no es algo con lo que puedas jugar, si estás con la persona equivocada puedes sufrir graves consecuencias, solo el tiempo decide quién es mejor...- parando en seco unos instantes al ver la mirada de Julietto puesta en él – para ti – siendo consciente al volver a mirar a su padre que se había puesto en evidencia, el cual tenía cara de no poder entender lo que estaba sucediendo delante de sus ojos, aunque la respuesta fuera clara el rey se forzaba a negar tal aberración de parte de su hijo.

- ¡¿Aún no lo entiendes?! - irritándose cada vez más, al ver que su hijo se negaba a obedecer sus deseos – todos en este mundo debemos sacrificar algo, tú eres un príncipe y en el futuro serás el rey, como tal debes hacerte poderoso y la única manera de conseguirlo es tener un buen ejército, del que dispondrías si te casaras con la princesa de Francia.

- ¡Usted no quiere ese ejército para mi futuro! - le dijo enfadado y por primera vez enfrentando a su padre sin temor a lo que le pudiera pasar - ¡sólo quiere ese ejército para sus avariciosos propósitos! - en ese instante un bofetón mucho más fuerte que el anterior, le hizo al final caer del caballo.

- ¡Deje de golpear a su hijo, ¿por qué no intenta entenderlo por una vez?! - enfrentando la mirada de ira que le había enviado el rey al girar su caballo hacia él de nuevo.

- ¿Tú nunca aprendes, no? - haciendo un breve silencio para contemplar en el estado en que se encontraba – nadie te enseñó a sujetar esa lengua dentro de la boca, aunque eso tiene fácil arreglo – echando una mirada seria al capitán, a la que respondió con una sonrisa retorcida y malévola.

- Abrid la boca de éste desgraciado - ordenó el capitán con alegría, al no poder evitar imaginarse a aquel muerto de hambre retorciéndose en el suelo del dolor.

Ambos soldados forcejearon con Julietto, pero al estar atado y de rodillas los soldados controlaron la situación en poco tiempo, forzándole a abrir la boca. Los latidos de su corazón empezaron a acelerarse al imaginar por el inminente dolor por el que iba a pasar de un momento a otro, en esos momentos tenía miedo, sabía que aquello se lo habría ahorrado sino hubiera defendido a Romeo, ahora estaba sufriendo las consecuencias, en su desesperación silenciosa que iba creciendo dentro de él, miró a Romeo. En ese mismo instante al ver la cara de preocupación y desolación del príncipe, recordó por qué estaba metido en ese problema, era por ese chico, frágil, amable, hermoso, por el que sentía que debía protegerlo por encima de todo.
Por ti seré más fuerte que el destino,
por ti seré tu héroe ante el dolor
yo sin ti estaba tan perdido
por ti seré mejor de lo que soy.

- ¡Detente Capitán! - ordenó el príncipe, consiguiendo la atención de éste por unos momentos – si se le ocurre poner un dedo a ese hombre – cambiando de pronto el rostro, como si de repente toda la confianza que había perdido en sí mismo, le hubiera vuelto haciéndolo más fuerte - ¡voy a matarlo! - dejando claro con el tono de su voz que esa era su intención y que no permitiría que ese buen hombre resultase herido.

- Usted aún no es el rey – sonriendo a la sonrisa del rey – sólo cumplo ordenes nada más – agarrando la lengua de Julio con una mano cubierta por un guante negro, y acercando el frío metal por delante de su cara.

- ¡Padre! - mirando seriamente al individuo de encima del caballo – si lo que quiere es atormentar a alguien o hacer la vida imposible a alguien, hágalo conmigo como siempre ha hecho...¡hágalo! - hizo una pausa y al darse cuenta de que su padre no tenía la más mínima intención de escucharlo, ni parar esa barbaridad, acercó la mano a su cinturón lentamente – usted lo ha querido – dando por finalizada la conversación con su padre.

Rápidamente agarró su daga y la lanzó con muy buena puntería al cuello del capitán, el cual cayó de rodillas al suelo con un chasquido de dolor, soltando su propio cuchillo y llevándose las manos a la gran herida que sangraba sin parar, acabando de desplomarse al suelo sin vida.





Continuara....