10 de julio de 2013

Romeo X Julietto (il-Divo, Por ti seré)




Capítulo 1: Fidelidad al Corazón

Las puertas de la sala del trono se abrieron dejando paso a un apuesto chico, sus andares deslumbraban al caminar por la gran alfombra roja, que acababa a los pies de un gran trono, en el estaba sentado un hombre mayor que con sólo mirarlo se podía ver en su expresión una persona con gran poder.

- Me a hecho llamar padre – arrodillando una de sus piernas al suelo y agachando la cabeza como señal de respeto.

- Así es, tengo una excelente noticia para ti hijo – mirándolo con alegría.

- ¿De que se trata? - preguntando con curiosidad y levantándose del suelo.

- He conseguido firmar una alianza con el reino de Francia, con tu boda con la hija del rey, es buen partido – le dijo y mirándolo con aquella expresión avariciosa que intentaba ocultarse detrás una máscara de alegría hacia su hijo, de lo cual Romeo era muy consciente.

- Padre, se que no es por mi o por el único motivo, por lo cual a hecho esta alianza – le dijo con seriedad – ¿de que se trata?

- Veo que te estas haciendo muy mayor – le dijo su padre al ver que su hijo comprendía sus intenciones – la verdad es que el reino de Francia sería un gran aliado, sus ejércitos son muy poderosos y nos ayudarían mucho con la batalla que hay en nuestras fronteras.

- Lo siento padre pero no voy a casarme con una chica que no conozco – sorprendiendo a su padre con estas palabras – y mucho menos sacrificare mi corazón por un reino avaricioso que solo provocará más conquistas y más muertes – sabía perfectamente que por esas palabras su padre podía mandarlo ahorcar, pero realmente estaba triste al ver que si aceptara vivirá con una mujer a la que no ama y que su alianza solamente sería para traer tristezas y guerras...no podía ni quería casarse por esos motivos.

- ¡Soy tu padre y harás lo que se te mande! - le dijo con una gran voz que resonaba por todo el gran salón – cuantas veces te tengo que decir que el poder lo es todo...sabes todos los años que he peleado para ampliar tus futuras tierras, no permitiré que lo eches todo a perder.

- Lo siento padre, pero no lo haré – siguiendo con su tono calmado del principio de la conversación, ya que sabía que su padre perdía la calma en cuando alguien le hacía la contraria.

- ¡Lo harás! - mirando de manera desafiante a su hijo.

- No cambiare de idea, no importa lo que haga...¡ no me casaré ! - devolviendo aquella mirada seria y fría, seguidamente le hace una reverencia a su padre y sale del gran salón dando un portazo.

- ¡Siguele! - le dijo el rey a su capitán del ejército, el cual siempre estaba al lado del rey como su guardaespaldas personal y también persona de confianza – informe de donde va...aceptará mi propuesta a las buenas o a las malas – mirando con rabia la puerta por la que había salido de su hijo.

- Sí, mi señor – haciendo una reverencia a su rey y abandonando la sala.

Romeo cabalgó colina bajo hacia el pueblo y luego se adentró al bosque hasta llegar a un lago, donde allí se puso a reflexionar tristemente por lo sucedido con su padre y recordando las últimas palabras de su madre al morir, día, en que su padre no estuvo presente.

- Tienes que ser fuerte hijo mío – le dijo una mujer con un rostro pálido y expresión de sufrimiento dentro de la cama – Romeo, cásate por amor...no hagas...como tu padre y yo, aunque me alegro que haya salido algo bonito de ello – acariciando las mejillas a su hijo que estaba al lado de la cama llorando sin parar – te quiero...Romeo – soltando unas lagrimas que recorrieron su mejilla y luego cerrando los ojos para siempre.

- Ma...má? – miró asustado aquellos ojos que se habían cerrado – Mama...no mama...¡¡ no te vayas !!...¡¡ MAMÁ !!

Cuando me vi desnudo y sin aliento,
arando un mar desierto y sin amor.


- Está en el lago, mi señor – le dijo con expresión cansada y la respiración acelerada.

- Buen trabajo, envía cinco de tus hombres allí y que le vuelvan a preguntar al respecto de la boda y luego puedes irte a descansar – le dijo con tranquilidad.

- Mi señoría, conozco a Romeo...no va a aceptar – le dijo con inseguridad a que hubiera hablado de más.

- Si ese es el caso...que le den un escarmiento – mirando con seriedad al capitán.

La Luna ya había salido, reflejando su luz blanquecina en el agua, era un gran regalo para la vista pero Romeo sabía que ya debía volver al castillo, empezaba a tener hambre.

Cunado fue a desatar su caballo del árbol cinco soldados aparecieron del camino, mientras tanto un chico campesino de la misma edad que Romeo se acercaba al lago con unas jarras de barro desde la otra parte, al darse cuenta de la presencia de otras personas se escondió en unos matorrales para observar la escena.

- ¡Qué hacéis vosotros aquí?! - preguntando con enfado, estaba harto de ser seguido por constantes soldados cada día – no necesito protección hacia el castillo, se cuidar de mi mismo.

- No hemos venido para eso, señorito – dijo uno de los soldados con educación al tratarse del príncipe del reino que normalmente protegían.

- ¿Entonces para qué? - dijo confundido al no entender la presencia de esos soldados en el lago.

- Su padre nos a enviado para saber si a cambiado de opinión sobre la propuesta de matrimonio con la princesa de Francia – volviendo a contestar el mismo soldado que al parecer era el líder de aquel grupo.

- Mi respuesta sigue siendo la misma, no pienso casarme...si eso es todo ya podéis largaros de aquí – les dijo con seriedad.

- Señorito, debe aceptar la propuesta...por favor – le dijo asustado al hablar de esa forma y rezando a dios que el príncipe Romeo entrara en razón y aceptara.


- ¡¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo o no debo hacer?! - hablándole con enfado y superioridad - ¡ soy el príncipe de este reino y tu futuro rey !

- Perdone mi descortesía, señorito, pero si no acepta su padre nos a ordenado darle una paliza – le dijo con frialdad – acepte o no me dejará alternativa – mientras el resto de soldados lo rodearon.

- ¡¡¿Cómo?!! - dijo asombrado al oír las palabras de aquel soldado y mirando seguidamente con seriedad a los atacantes que lo rodeaban – no voy a cambiar de idea, no venderé mi corazón – al instante en que recurrió a la espada de su cintura, uno de los soldados lo agarró por los brazos y inmovilizándolos hacia atrás mientras que los otros tres atacantes se turnaban para golpearlo.

Aquel chico que estaba escondido entre los matorrales, observaba con rabia los constantes golpes en la barriga y en la cara que recibía aquella pobre persona...ya no podía soportar ver aquello un segundo más...tenia que hacer algo.

El jefe de aquel grupo de soldados que observaba mientras los otros cuatro le daban un escarmiento, alzó su mano como señal de que se detuvieran, los tres soldados que se encargaban del castigo se hicieron a un lado para que su superior se acercara al príncipe.

- ¿Lo entiende ahora, señorito? - alzando el rostro dolorido de éste – mientras su padre sea el rey, él tiene el poder...debería hacer lo que dice, usted sabe más que nadie que su padre consigue lo que quiere por los medios que sean necesarios – mirando con seriedad a aquellos ojos que lo miraban con furia – además casarse con una princesa no es tan malo, no pasará hambre y vivirá siempre con mucho lujo, no tiene derecho a quejarse de la placentera vida que tiene.

- ¡Cállate! - haciendo un brusco movimiento con la cabeza para deshacerse de la mano que le agarraba por la barbilla – de que sirve el lujo, el dinero o lo placentera que sea la vida, sino tienes a nadie que le importes? - mirando con rabia y despreció al comandante – amar a alguien y ser amado es a lo máximo que puede aspirar un ser humano aunque... - desafiando a la poca paciencia del comandante con una sonrisa – gente como tú, que sigue todas las ordenes por muy injustas que sean, por miedo a ser castigado por mi padre...no lo entendería, en el fondo me das lástima, así que te lo voy a decir por última vez...¡no me voy a casar!

- Entonces... - retrocediendo uno de sus brazos y cerrando uno de sus puños con fuerza – no me deja más remedio que darle el castigo de su padre – en el momento en que fue a golpear a Romeo una voz se escuchó detrás de todos ellos.

- ¡Detente!, ya es suficiente – dijo una voz con seriedad – sois unos cobardes atacando a alguien, cinco contra uno.

- ¿Quién eres tú? - preguntó con enfado el comandante al observar detrás de sus hombres a un joven vestido con harapos agujereados y sucios – no te metas en esto campesino – dirigiendo la última palabra con despreció – si es que no quieres problemas.

- ¡La verdad?!...me encantan los problemas – sonriéndoles con aires de chulería y desenvainando una espada de su cintura, lo cual sorprendió a todos los soldados.

- ¡De donde la has sacado?! - dijo el comandante con seriedad.

- Era de mi padre – empezando a mirar los movimientos de cada soldado, los cuales ya recurrían a sus espadas.

- ¡Matadlo! - ordenó sin vacilar el comandante.

Romeo había quedado sorprendido por la aparición de aquel chico, y ver lo bien que se defendía con la espada contra tres soldados, pudo ver en él, el gran valor que residía dentro de ese chico y el buen corazón al haber escuchado sus palabras, pero aun así temía por la vida de aquella persona, así que al ver que el soldado que lo retenía por los brazos estaba despistado al igual que el comandante observando la lucha, aprovecho la oportunidad para darle un cabezazo hacia atrás y dándole en la cara consiguió romperle la nariz y deshacerse de los brazos que lo tenían preso y volviéndolo a golpear con un puñetazo, dejándolo abatido al suelo. El comandante rápidamente reaccionó a los movimientos del príncipe y con el pomo de su espada le golpeo en la nuca dejándolo inconsciente.

En cuando el comandante volvió a mirar al campesino entrometido ya se había desecho de los tres soldados los cuales se levantaron doloridos.

- ¡Retirada! - ordenó a los cuatro soldados y mirando con rabia a aquel joven – esto no quedará así – señalándolo con la espada.

Al no haber rastro de los soldados y estar seguro de que estaba solo junto a aquel chico inconsciente de pelo oscuro, lo agarro por un brazo y se lo llevo colgado al cuello a su casa.

Romeo al despertar lo primero que detectó fue que el aire que respiraba era húmedo, al mirar su entorno vio que no se encontraba para nada en el castillo, la casa era muy pequeña y apenas había unos cuantos muebles viejos de madrera, la cama en que reposaba estaba hecha básicamente de paja y las paredes no eran de piedra sino de enormes troncos...dónde se encontraba?. Al bajar de la cama se dio cuenta de que cintura para arriba no tenía su lujosa camisa de seda, sino unos vendajes cubrían su fina y suave piel, seguidamente coge la camisa la cual había visto al respaldo de una silla, y escucha unas risas de lo que parecían unos niños fuera de la casa.

Al salir al aire libre pudo observar que de al lado de la casa sobresalía una luz muy cálida en esa noche oscura y de luna llena, se acercó con cautela y espiando entre la pared vio algo que lo conmovió. Cuatro niños jugaban y reían alrededor de una fogata junto con la única persona mayor que había entre ellos, un joven de su misma edad con el pelo rubio y que vestía con una ropa muy vieja, cocinaba algo en le juego por el olor que podía percibir Romeo juraría que era pescado y parecía pasárselo bien riendo con aquellos niños.

- Tomad aquí tenéis – ofreciéndoles a los niños un pescado a cada uno- no es mucho pero os llenará algo la barriga.

- ¿Y para ti? - le preguntó una niña al ver que no había más pescados.

- Tranquila, yo ya comí antes de que llegarais – le dijo con una sonrisa y una voz muy dulce.

Romeo al ver aquella escena y escuchar todo eso, hizo que se sintiera muy feliz de que hubiera gente tan buena como aquel chico, al no poder ver el rostro de aquel chico rubio que le daba la espalda, decidió que era hora de regresar al castillo y que ya tendría otra oportunidad de conocerlo.

Al querer retroceder e irse en silencio, su camisa quedó enganchada a uno de los troncos que formaba una de las paredes de la casa, provocando que la ropa se destripara alertando con el ruido a los niños y al joven.

- ¿Qué fue eso? - dijo uno de los niños asustado y poniéndose detrás del joven igual que el resto.

- ¿Quién está ahí? - preguntó el muchacho rubio con la espada desenvainada y mirando con seriedad el lugar de donde había provenido el ruido.

Romeo había quedado paralizado al ver que lo habían descubierto, y por el tono de aquel chico sabía que era mejor que saliera al descubierto, asustado y con timidez se dejó ver e inmediatamente el rubio bajo su espada al suelo.

- Ah, eres tú...¿te hemos despertado? - le preguntó con amabilidad – tranquilos niños, no es mala persona, no os hará daño – mirando a sus espaldas con una sonrisa y una voz dulce a los atemorizados niños.

- No...pa...para nada – estaba asombrado, aquel chico era el mismo que lo había salvado de los soldados de su padre – perdona, no quería molestar – le dijo tímido y sonriendo a los niños que miraban de detrás de las piernas del joven.

- Tranquilo no molestabas, además ya es muy tarde – girándose a sus pequeños amigos – venga, tenéis que volver a casa y espero que volváis a verme pronto – les dijo con dulzura.

Los niños se abalanzaron al cuello del muchacho con unos fuertes abrazos que por poco lo tiran al suelo, Romeo al ver tanta ternura de parte de aquellos niños y aquel chico hizo que se sonrojara y se sintiera como un intruso dentro de ese escenario, pero esa misma visión que contemplaba con sus ojos le provocaba unos sentimientos muy felices en su interior.

- Señor...¿es amigo de Julietto? - le preguntó una niña de pelo oscuro y ojos marrones con curiosidad.

- Ah... - Romeo había quedado atónito por la ternura e inocencia que desprendía la niña, las ropas con las que vestía ya hablaban por si solas, sobre la humildad de la chiquilla – claro, Julio es mi amigo – le dijo con una sonrisa y agachándose para ponerse a la altura de ella – ¿cómo te llamas guapa?

- Me llamo Gisel – le dijo con alegría al escuchar ese bonito alago, de pronto sus ojos captaron un colgante que llevaba puesto en el cuello – ¿qué es? - preguntó la niña con curiosidad.

- ¿Ésto? - le preguntó a la niña al ver que no le quitaba los ojos de encima – bueno es una piedra que encontré de pequeño como tú en el lago que hay dentro del bosque, y al ser de color azul me hice este colgante...me da suerte – le dijo con una voz muy tierna y algo sonrojado al ser la primera vez que hablaba con una niña, ya que su padre de siempre le había prohibido hablar con gente que no fuera de su misma estructura social.

- Que bonita – dijo la niña completamente enamorada de ese colgante.

- ¿Te gusta? - le preguntó a la niña más como una pregunta rutinaria, ya que se podía observar en sus ojos lo encaprichada que estaba por él, seguidamente se lo desabrochó y se lo puso al cuello de la pequeña – te lo regalo, espero que te traiga mucha suerte.

Gisel se quedó asombrada al ver ese colgante que tanto le gustaba reposando en su cuello.

- ¿De verdad me lo puedo quedar? - mirándose el colgante, sin tener muy claro el motivo de el porqué se lo había regalado.

- Claro, así seremos siempre amigos – le dijo sonriente a la niña y lleno de satisfacción en su interior, al ver su felicidad.

- Gracias...ah... - dándose cuenta en ese momento que había aceptado un regalo sin antes haberle pedido el nombre al chico mayor.

- Llámame Romeo – le dijo acariciando la mejilla de la niña con dulzura y limpiándole la cara un poco de lo sucia que la tenía, aunque algo normal entre los aldeanos.

- Gracias Romeo – abrazando al cuello de improvisto al muchacho y dándole un beso a la mejilla haciéndolo sentir incómodo y algo tímido al demostrarle ese afecto de cariño.

- Gisel, venga tienes que irte – le dijo Julietto con una sonrisa – tus padres se van a preocupar.

- Es cierto – dijo la niña al ver, de que ya era muy tarde – hasta otra Julietto – dijo gritando de alegría mientras corría hacia el camino que llevaba al pueblo y se despedía con la mano – adiós Romeo y gracias por el regalo...adiós – mientras el gesto de su mano era correspondido por Romeo y Julietto, despidiéndose de ella hasta desaparecer entre la noche.

Ambos quedaron solos, todas las risas que había hace unos instantes se habían convertido en un silencio muy incomodo, los dos se miraban, pero ninguno se atrevía a hablar, mientras que la fogata les iluminaba el rostro.



Continuara...

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